Como todos sabemos a estas alturas, la razón por la que las temperaturas están subiendo son las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) relacionadas con la actividad humana, no solo el transporte propulsado por combustibles fósiles, la calefacción residencial, la construcción y la industria, sino también la agricultura que libera metano, entre otros. Estas emisiones se acumulan en la atmósfera más rápido de lo que la naturaleza –a través de los «sumideros» de carbono como los océanos y los bosques– puede absorberlas.
Por eso, se necesitan estrategias integradas para «descarbonizar» nuestras economías. Por descarbonizar nos referimos a actividades que conduzcan a reducciones masivas de las emisiones –y finalmente a la eliminación– de los GEI que calientan la atmósfera. La tecnología evoluciona rápidamente y existen algunas estrategias clave que, adoptadas de forma integrada, pueden ayudar a lograr la descarbonización.
¿Qué es la descarbonización y por qué es tan importante?
Según algunos científicos, la descarbonización es solo el primer paso de un proceso necesario para alcanzar las «emisiones negativas netas», cuando las actividades humanas eliminen de la atmósfera más dióxido de carbono del que han introducido. Sin embargo, según algunos expertos, para alcanzar este objetivo es necesario distinguir entre el dióxido de carbono y los gases de efecto invernadero en general, ya que estos últimos incluyen también –por ejemplo– el metano producido por las actividades agrícolas. El metano (también el principal componente del gas natural) «está ampliamente considerado como el segundo gas de efecto invernadero más importante, después del dióxido de carbono», según un artículo publicado en enero en el Portal del Clima del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Afortunadamente, existen muchas estrategias de descarbonización que pueden ayudar a lograr el objetivo de cero emisiones y, por tanto, a mitigar las peores consecuencias del calentamiento global y el cambio climático.
El primer paso es la electrificación de las actividades residenciales y empresariales, así como de la movilidad. Otro paso es invertir en la producción de energía limpia. Aunque la electrificación es el objetivo final, es importante que se alcance mediante el uso de fuentes de energía sostenibles: electrificar la economía quemando más carbón o gas natural no resolverá el problema de los GEI; solo lo desplazará de los usuarios finales a los productores. Por tanto, es crucial que la electrificación se base en el uso de fuentes renovables como la solar, la eólica, la hidroeléctrica y la geotérmica. También es importante la digitalización: la introducción de tecnologías digitales y aplicaciones de la Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) hará que el uso de la energía sea cada vez más eficiente, contribuyendo a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y ayudando a las empresas, los gobiernos y los ciudadanos particulares a ahorrar en sus facturas energéticas.
El proceso de descarbonización y transición energética
Aunque tienen que confluir muchos elementos para que la humanidad «resuelva» el rompecabezas del cambio climático e invierta el curso del calentamiento global, hay dos que destacan como cruciales: la descarbonización (de la que ya hemos hablado) y la transición energética. Por transición energética entendemos tanto el cambio del sector energético mundial de sistemas de producción de energía basados en los fósiles –petróleo, gas natural y carbón– a energías renovables como la solar, la eólica, la geotérmica y el hidrógeno limpio, como el aumento de la eficiencia en la producción, distribución y consumo de energía, que promueve reducciones masivas de las emisiones que alteran el clima.
Según las Naciones Unidas, la transición energética es importante porque es una vía para mantener el calentamiento global a no más de 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales –como se pide en el Acuerdo de París–, un objetivo que solo puede alcanzarse reduciendo las emisiones globales de gases de efecto invernadero en un 45 % para 2030 y logrando el cero neto para 2050. El cumplimiento de estos objetivos se considera crucial para mitigar los efectos desestabilizadores del cambio climático.